jueves, 14 de abril de 2011

El lenguaje de los pájaros.

Eran tiempos de guerra entre moros y cristianos en la vega de Granada, y María no solía alejarse sin escolta del castillo en que vivía.  Sin embargo, rodeada de arcabuces y ballestas se sentía prisionera. Con ella estaba siempre Hernando, un joven morisco cuya presencia le era tan grata que las cosas parecían más hermosas cuando él estaba cerca.
    Una tarde abandonaron ambos el castillo y  marcharon  por  senderos estrechos y escarpados, flanqueados de viejísimos olivos. Los dos  se detuvieron a contemplar un antiguo castillo moro, casi destruido por las guerras y los años. Desde una quebrada llegaba el canto claro y sonoro  de una avecilla.
    -¿Qué pájaro es ése? -preguntó María admirada.
    -Es el ruiseñor, que llama a su compañera -respondió Hernando.
    -Pero ¿no suele el ruiseñor cantar de noche?
    -Canta noche y día, y todas las horas parecen ser escasas para sus gorjeos. Pero con la noche cesan los ruidos, y hay quietud para oír lo que durante el día no suele oírse. 
    -¿Es cierto que los pájaros hablan unos con otros? -preguntó María.
    -Al menos pueden entenderse entre ellos.
    -Siendo yo muy niña pensaba que los animales y aun las cosas podían hablar como las personas, y disfrutaba oyendo historias de hombres sabios que entendían el lenguaje de las aves y de las  plantas.  ¿Conoces  tú estas bellas leyendas? 
    -Aún se cuentan en Granada algunas de ellas; mi preferida es la del príncipe enamorado.
    -Nárrala para mí ahora -suplicó María, sentándose  al  pie  de  una años a higuera silvestre.
    Hace largos años había en Granada un rey despótico y cruel,  al  que  temían todos sus súbditos. Su hijo mayor, el príncipe  Hassán,  por  el contrario, era bondadoso y gustaba de mezclarse con campesinos y gentes  sencillas. Y ocurrió que el príncipe se enamoró  de  la  hija  de  un    labrador de la vega llamado Abahul.
    Los jóvenes mantenían en secreto su amor. Pero los rumores son más veloces que el viento; el rey se enteró y prohibió a su hijo que viese a la labradora. El príncipe le respondió que deseaba tener a la hija de  Abahul como esposa. Enfurecido, el rey le encerró en la Alhambra, en lo  más alto de la torre que llaman de Comares, sin más compañía que la de un hosco carcelero.
     Pasaba Hassán las horas  en  la  más  completa  soledad,  mirando entristecido hacia la vega. Cientos de aves volaban cerca de la torre. El observaba sus vuelos y oía sus cantos, y así entretenía su ocio y calmaba su tristeza. Al cabo de los meses, el príncipe llegó a comprender el lenguaje de los pájaros.
    Una mañana cayó a sus pies una tórtola herida. Hassán  la  tomó con   cuidado y restañó sus heridas; luego calmó su sed  y  le  habló  en  el lenguaje de las aves. Durante los días en que permaneció en la torre, la tortolica  y  el   príncipe llegaron a ser grandes amigos. Ella  le  contaba hermosas historias del aire y él le confió la causa de su tristeza. Sanó al fin el ave y una luminosa mañana Hassán la puso en libertad aunque con gran  pena, pues con su marcha tornaba a la soledad.
    Voló la tórtola hacia la vega y Hassán siguió su vuelo hasta que la   vio perderse en la lejanía. Cayó entonces en un profundo abatimiento, y  así permaneció hasta que al atardecer se posó la tórtola en el ajimez.
    Ella le contó que había visto a la hermosa hija del labrador llorando en el jardín. Aumentó entonces de tal manera el dolor y el abatimiento   de Hassán que no quería tomar alimento ni bebida alguna.
    Salió la Luna y se volvieron de plata las aguas del Darro. A lo lejos, coronadas de blancos resplandores, se alzaban  las  cumbres  de  Sierra Nevada. Cantó el ruiseñor y sus trinos eran más claros que las aguas del río. Pero el príncipe miraba y no veía la hermosura de la montaña,   oía y no escuchaba el canto del ruiseñor. El alba lo encontró acodado    en el ajimez, mirando tristemente hacia la vega.
    Reunió entonces la tórtola a las aves de la llanura y del monte, y juntas deliberaron la manera de sacar  a  Hassán  de  su  prisión. Al atardecer, cientos y cientos de aves llegaron a la orilla de la Alhambra.
    Estaba el carcelero de vigilancia. La llave pendía de su cuello, y el candado tenía dadas tres vueltas. De pronto, el aire  se  hizo  música. Escuchó sorprendido: ¿Qué era aquel sonido suavísimo que descendía de la torre? Nunca había oído nada semejante... Cantaban las aves y el carcelero las oía embelesado. ¡Qué hermosa melodía! Pero entre aquellos gruesos muros llegaba débilmente. Subió unos peldaños; la música era más clara. Subió un poco más; las notas descendían cristalinas y dulces. Subió y subió hasta llegar a lo más alto. Pinzones, calandrias, verdecillos, ruiseñores...  desgranaban     unidos sus trinos. Salió entonces la Luna y  un  ensueño  maravilloso se apoderó de él. Con el alba, el carcelero despertó sobresaltado de su encantamiento.  ¡La llave no pendía de su cuello! La vega despertaba  al  sol  de  la mañana, y el príncipe y la hija de Abahul cabalgaban hacia tierras  de   Córdoba.
    Terminó Hernando su narración y el ruiseñor aún seguía cantando. 
    -¡Qué hermoso canto! -susurró María-. No me extraña el ensueño del carcelero. ¿Crees tú, Hernando, que es posible comprender el lenguaje de las aves? 
    -No como Hassán. Pero, observando sus costumbres y sus cantos, se puede llegar a entenderlas. Caía la tarde cuando iniciaron la vuelta. Una pareja de palomas salió del olivar y se dirigió al castillo. María las siguió con  la  mirada;   volaban a la par y era su vuelo tranquilo y vigoroso. Se posaron en una  de las torres, arrullándose, dándose los picos, ahucando las plumas.
    -Ese es el lenguaje de amor de las palomas, ¿no es cierto? -preguntó  María. -Así parece. Y creo que se sienten muy felices. 
    Alzó María de nuevo la vista y su corazón latió angustiado. ¡En el paso de ronda había aparecido un ballestero! María ahogó un grito, y sobre las almenas cayó una paloma con el pecho atravesado.
    Voló espantada su compañera, pero no se alejó; describía círculos a su alrededor, con vuelos desiguales. María gritaba en silencio: "¡Vuela lejos, paloma!". Los círculos eran cada vez más cerrados, el vuelo más   inseguro, la inquietud mayor, y al fin, la paloma fue a posarse junto    a su compañera caída. La arrulló, le ofreció el pico, atusó suavemente sus plumas... y, como no pudiera despertarla, abrió la cola y correteó  desesperada invitándola a levantar el vuelo. Se alzó un instante y, de   nuevo, fue a posarse a su lado.
    Dudó un momento el ballestero, pero al fin tensó la ballesta  y  la paloma cayó sobre las almenas. 
    -¿Sabes, Hernando, si el amor es más hermoso que la vida? -preguntó María apesadumbrada. Hernando no supo hallar respuesta. El silencio se hizo doloroso y María penetró en el castillo. 





Os dejo una bonita imagen de la Alhambra de Granada.

Y ahora contesta las siguientes preguntas:

1. ¿Dónde vivían María y Hernando?

2. ¿De qué hablaban María y Hernando?

3. Una tarde escucharon el canto de:  

a) Una calandria.
b) Un pinzón.   
c) Un ruiseñor.

4. ¿Sobre que trataba una leyenda de Granada?

5. ¿De quién se enamoró el príncipe Hassán?

6. ¿Qué lograron el canto de las aves?


7. Al ver morir a las dos palomas, María se preguntó:

a) Si el amor es más hermoso que la vida.
b) Si el hombre puede entender a las aves.
c) Si era justa una muerte así.

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